lunes, 18 de junio de 2012

El dilema del cambio


Les dejo un interesante artículo que escribió un amigo sobre un capitulo de un libro de Fredy Kofman, para la carrera que estamos estudiando. Nos ayuda a entender que es lo que sucede cuando decimos que queremos cambiar y no lo logramos, como también a entender que cada cosa que hacemos la hacemos por una razón.




Nos contradecimos. Decimos que queremos cambiar actitudes, hábitos, rumbos, lo que sea,  y sin embargo no lo hacemos.  Queremos algo nuevo, pero no nos animamos a abandonar el equilibrio, y en vez de dar el paso nos quedamos en lo conocido y seguro aunque ya se nos haya vuelto insatisfactorio en algún punto.


Es que detrás del cambio que buscamos hay una contraposición de intereses y es aquí donde se encuentra el dilema. Para poder resolverlo necesitamos entender qué es lo que nos lleva a no cambiar, porque seguramente encontramos un valor oculto, no reconocido, en ese accionar que parece contradecirse con nuestros valores explícitos, con nuestros deseos de cambio.


Esta situación nos incomoda, nos genera un malestar que es liberado en forma de queja.  A viva voz reclamamos ese valor que anhelamos, nos quejamos porque es algo que nos importa mucho. Y aquí debemos estar atentos de no quedarnos solo con la queja de modo de no caer en la trampa del lamento tranquilizador, poniéndonos en víctimas de causas externas o desvalorizándonos a nosotros mismos. Es necesario que investiguemos la raíz de esa queja para que podamos descubrir que detrás de ella está eso que tanto valoramos y que su falta nos genera dolor.


Reconociendo esto  podemos corrernos del rol de víctimas, porque vemos que de algún modo podríamos cambiar aquello que nosotros mismos contribuimos a crear. Para ello es necesario que pasemos a tomar responsabilidad de nuestros actos y en lugar de negar y disociar nuestras conductas contraproducentes, aprendamos de ellas.


Pero…además de esto, ¿a que le tememos?  En una situación de cambio solemos encontrarnos ansiosos, preocupados y a la defensiva, y estos son sentimientos coherentes, porque seguramente en ese cambio, estamos temiendo perder parte de nosotros mismos, algo contrapuesto a nuestro objetivo primario pero igualmente importante. Es esta parte de nosotros generalmente no reconocida e inconciente, lo que llamamos valor sombra, ese aspecto que solemos no reconocer, del cual tal vez no estamos tan orgullosos y por lo tanto tendemos a esconder en la oscuridad de nuestro sótano, pero que sin embrago valoramos mucho. Es esta contraposición con el valor primario lo que nos deja en un equilibrio que no nos permite el cambio.


¿Y como salimos de esta situación? Sabemos que las buenas intenciones no alcanzan. Hay que poner el cuerpo en acción, comprometiéndonos con nuestro autoconocimiento, con las prácticas, con el análisis, observándonos en nuestras conductas y descifrando desde donde opera nuestro modelo mental, cuyo emergente son las verdades dogmáticas, porque lo cierto es que no vemos las cosas como son, sino como somos. Entonces no podemos aferrarnos a una idea vieja de nosotros mismos,  tenemos que estar flexibles para poder transformar nuestras verdades dogmáticas en supuestos cuestionables,  reconociendo que podemos dudar, que podemos contradecirnos, y actualizarnos a nuevas ideas, lo cual nos abre las puertas para como dijo Gandhi: ser el cambio que deseamos ver.


Guillermo Pieragostini


Imagen: David Frank